Cuando nacemos somos cien por ciento dependientes de los demás. No podemos alimentarnos solos, proveernos de nada, atendernos, cubrirnos del frío, ni tampoco caminar. Sólo podemos respirar y llorar. Estamos completamente a merced de los demás.
Ganamos fuerza para sentarnos, gatear y poco a poco caminar. Paralelamente desarrollamos el lenguaje para poder pedir y decir lo que necesitamos. Y finalmente nuestra conciencia. Entendemos que somos una personita separada de mamá y que sentimos y pensamos de manera independiente.
En función de cómo haya sido nuestra educación, y lo que hayamos observado en nuestro ambiente, es muy probable que aprendamos que todo el exterior nos afecta y que dependemos de todo y de todos. ¿Qué quiero decir con esto? Que los demás me dan la felicidad o me la quitan. Que los otros me hacen enojar o llorar. Que un día lluvioso desata mi tristeza o melancolía y que cómo le vaya a mi equipo favorito determinará el estado anímico del resto de mi semana.
Sin embargo, no es verdad en absoluto, realmente nadie nos afecta, yo soy responsable de cómo reacciono y cómo pienso con respecto a las cosas que me pasan.
Cuando me hago consciente de esto, tomo responsabilidad de mi [email protected] De mis decisiones y mis reacciones, de lo que elijo pensar y luego sentir. Cuando tomo responsabilidad, recupero el poder que tenían todos y todo de afectarme y de darme. Hacerme responsable de mí; de mi mente y de mi ser, aunque a veces implique más retos, siempre dependerá de mí y no de los demás.
Vivir es maravilloso y merece disfrutarse al cien. Decide hoy tomar responsabilidad de tu vida y sé tú el/la responsable de tu felicidad, de tu salud y tu bienestar completo.
Ana María Cepeda